UNA CHARLA MÁS
Hoy, día 28 de febrero, mi colegio mayor ha contado con la presencia de
un hombre del BNG, un tal Jorquera (cabeza de lista, creo, por Coruña), invitado para exponer un programa que, debo añadir, me ha gustado en muchos de sus puntos. La verdad,
poco esperaba de esta charla, pues el partido al que probablemente votaré (
UPyD) y aquel que espero que haga gobierno (
PSOE) ya habían venido a exponer, por lo que ya sólo me interesaba escuchar la propuesta del
PP, más que nada por sus grandes probabilidades de ganar.
Pero mi desidia inicial no sólo estaba motivada por esto: en realidad, desde hace mucho tiempo, mi antipatía hacia los nacionalismos de todo signo (especialmente, lo confieso, los secesionistas) se ha ido haciendo cada vez mayor, hasta el punto de que voy a votar por una opción política que los rechaza de plano en su programa.
Por eso, mi sorpresa ha sido mayúscula cuando me he encontrado mostrándome de acuerdo con muchas de las políticas que sugería este señor. Sobre todo, porque mis ideas fundamentales son, de hecho, incompatibles con las de cualquier tipo de nacionalismo. Ahora sé, sin embargo, que en su concreción práctica, al menos a corto plazo, sí puedo llegar a coincidir en muchos puntos con los nacionalistas.
NIVELES DE AUTOGESTIÓN Y AUTOGOBIERNO
Por ejemplo, creo
en la autogestión de los recursos y en el autogobierno, y por ello los nacionalistas y yo coincidimos en cuestiones de
descentralización o de traspaso de competencias (no todas, claro), pero
no creo que exista una unidad básica de soberanía más allá del individuo (la nación, en este caso, pero tampoco la clase, la confesión, el sexo quizás, etc.). Creo, en efecto, que las comunidades deben gestionar sus propios recursos y hacerse responsables de su propia organización interna, pero creo que esas comunidades son
tanto los núcleos habitacionales (parroquias, aldeas, ciudades o municipios)
como áreas mayores (desde comarcas y autonomías hasta estados, organismos macro-regionales como la UE o el mundo en su conjunto), dependiendo de la faceta de la vida en común, social, política o pública (como quiera llamársele, ya que es todo lo mismo) que se esté tratando: gestión de servicios urbanos, telecomunicaciones, comercio, justicia, educación, sanidad, cultura, medioambiente... Por eso creo que
la soberanía es multipolar y no puede identificarse con un colectivo de ningún tipo o dimensión (como la nación, sea cual sea) sino que debe radicarse en
el individuo y en su sociedad con otros individuos (contrato social), concretada a través de diversas instituciones de representación democrática.
COMUNIDADES IMAGINADAS
A los que me quieran contestar que la nación (por ejemplo) es una unidad política, histórica o social objetivable, les diré que ese tipo de
concepciones identitarias son casos de
comunidades imaginadas, es decir,
construcciones mentales mediante las cuales los individuos imaginan cómo debe de ser (y, en consecuencia, cómo debe ser) la naturaleza de su relación con los demás,
elucubraciones sólo válidas, según el principio de libertad de creencia, para quien cree en ellas.
Además, creo que la historia nos demuestra que esto es así: la historia, que en el fondo no es más que cosas que les suceden a la gente, consiste en la mezcla constante de los individuos y las sociedades (migraciones) y los cambios constantes de sus circunstancias y características religiosas, económicas, sociales, políticas, culturales, etc. En definitiva, la historia sólo son personas haciendo cosas en un momento y en un lugar concretos. Nada más: ni naciones con un destino preescrito, ni lucha de clases, ni choque de civilizaciones.
POLÍTICA DE POSIBLES
Así que esa es mi declaración de principios: creo que se puede hacer política práctica (legislación económica y social, por ejemplo) con aquellos que no piensan como yo en cuestiones aparentemente fundamentales. Por supuesto, este gobierno-negociación tiene sus límites, y ambos interlocutores deberán asumirlos y tenerlos muy presentes, evitando caer en dependencias electorales y evitando también traicionar a sus votantes.
CONCLUSIÓN: EN DEMOCRACIA
En conclusión, sorpresas como las que me dio el café-coloquio de hoy con ese señor del Bloque son las que me hacen creer en la democracia. Votaré a UPyD, pero nunca más despreciaré ni le faltaré al respeto (y, desde luego, no demonizaré, algo que odio y rechazo) al contrario. No sólo eso: creo que los nacionalismos son necesariamente egoístas pero también que, en contra de lo que creen algún amigo mío, eso no es malo, sino, al contrario, muy legítimo y, en su justa medida, saludable. Toda opción política es egoísta en cierto sentido, así que, mientras acepte el juego, con sus reglas de tolerancia y respeto, debe poder jugar.