jueves, 28 de febrero de 2008

Son imagiNaciones tuyas...

UNA CHARLA MÁS

Hoy, día 28 de febrero, mi colegio mayor ha contado con la presencia de un hombre del BNG, un tal Jorquera (cabeza de lista, creo, por Coruña), invitado para exponer un programa que, debo añadir, me ha gustado en muchos de sus puntos. La verdad, poco esperaba de esta charla, pues el partido al que probablemente votaré (UPyD) y aquel que espero que haga gobierno (PSOE) ya habían venido a exponer, por lo que ya sólo me interesaba escuchar la propuesta del PP, más que nada por sus grandes probabilidades de ganar.

Pero mi desidia inicial no sólo estaba motivada por esto: en realidad, desde hace mucho tiempo, mi antipatía hacia los nacionalismos de todo signo (especialmente, lo confieso, los secesionistas) se ha ido haciendo cada vez mayor, hasta el punto de que voy a votar por una opción política que los rechaza de plano en su programa.

Por eso, mi sorpresa ha sido mayúscula cuando me he encontrado mostrándome de acuerdo con muchas de las políticas que sugería este señor. Sobre todo, porque mis ideas fundamentales son, de hecho, incompatibles con las de cualquier tipo de nacionalismo. Ahora sé, sin embargo, que en su concreción práctica, al menos a corto plazo, sí puedo llegar a coincidir en muchos puntos con los nacionalistas.

NIVELES DE AUTOGESTIÓN Y AUTOGOBIERNO

Por ejemplo, creo en la autogestión de los recursos y en el autogobierno, y por ello los nacionalistas y yo coincidimos en cuestiones de descentralización o de traspaso de competencias (no todas, claro), pero no creo que exista una unidad básica de soberanía más allá del individuo (la nación, en este caso, pero tampoco la clase, la confesión, el sexo quizás, etc.). Creo, en efecto, que las comunidades deben gestionar sus propios recursos y hacerse responsables de su propia organización interna, pero creo que esas comunidades son tanto los núcleos habitacionales (parroquias, aldeas, ciudades o municipios) como áreas mayores (desde comarcas y autonomías hasta estados, organismos macro-regionales como la UE o el mundo en su conjunto), dependiendo de la faceta de la vida en común, social, política o pública (como quiera llamársele, ya que es todo lo mismo) que se esté tratando: gestión de servicios urbanos, telecomunicaciones, comercio, justicia, educación, sanidad, cultura, medioambiente... Por eso creo que la soberanía es multipolar y no puede identificarse con un colectivo de ningún tipo o dimensión (como la nación, sea cual sea) sino que debe radicarse en el individuo y en su sociedad con otros individuos (contrato social), concretada a través de diversas instituciones de representación democrática.

COMUNIDADES IMAGINADAS

A los que me quieran contestar que la nación (por ejemplo) es una unidad política, histórica o social objetivable, les diré que ese tipo de concepciones identitarias son casos de comunidades imaginadas, es decir, construcciones mentales mediante las cuales los individuos imaginan cómo debe de ser (y, en consecuencia, cómo debe ser) la naturaleza de su relación con los demás, elucubraciones sólo válidas, según el principio de libertad de creencia, para quien cree en ellas.

Además, creo que la historia nos demuestra que esto es así: la historia, que en el fondo no es más que cosas que les suceden a la gente, consiste en la mezcla constante de los individuos y las sociedades (migraciones) y los cambios constantes de sus circunstancias y características religiosas, económicas, sociales, políticas, culturales, etc. En definitiva, la historia sólo son personas haciendo cosas en un momento y en un lugar concretos. Nada más: ni naciones con un destino preescrito, ni lucha de clases, ni choque de civilizaciones.

POLÍTICA DE POSIBLES

Así que esa es mi declaración de principios: creo que se puede hacer política práctica (legislación económica y social, por ejemplo) con aquellos que no piensan como yo en cuestiones aparentemente fundamentales. Por supuesto, este gobierno-negociación tiene sus límites, y ambos interlocutores deberán asumirlos y tenerlos muy presentes, evitando caer en dependencias electorales y evitando también traicionar a sus votantes.

CONCLUSIÓN: EN DEMOCRACIA

En conclusión, sorpresas como las que me dio el café-coloquio de hoy con ese señor del Bloque son las que me hacen creer en la democracia. Votaré a UPyD, pero nunca más despreciaré ni le faltaré al respeto (y, desde luego, no demonizaré, algo que odio y rechazo) al contrario. No sólo eso: creo que los nacionalismos son necesariamente egoístas pero también que, en contra de lo que creen algún amigo mío, eso no es malo, sino, al contrario, muy legítimo y, en su justa medida, saludable. Toda opción política es egoísta en cierto sentido, así que, mientras acepte el juego, con sus reglas de tolerancia y respeto, debe poder jugar.

Hombres buenos

Después de haber contestado de nuevo a los comentarios a mi entrada anterior, creo que ya he liberado suficiente ira como para poder escribir, como me propongo, con un poco de calma. Probemos.

Primero haré un breve relación de los hechos:

Hace unos días, un buen amigo me sugirió asistir a una manifestación contra las agresiones de supuestos universitarios a conferenciantes políticos (ocurridas aquí, en la USC, pero también en otras universidades de toda España, a ponentes de ideologías muy distintas). La conferencia sería el día 28 de febrero a las 12.00, frente a mi facultad. Por conciencia, entenderéis que me sintiera obligado a asistir, aunque la manifestación corriese el riesgo de ser mediatizada por cualquiera de las fuerzas políticas. Y es que considero que el derecho a la libertad de expresión y la condena de la violencia, verbal o física, forma parte de una cultura democrática que debemos proteger y fomentar. Por esta razón, supuse que la iniciativa reuniría a una parte importante del alumnado, independientemente de su afinidad política. En fin. Cuando me personé en el lugar correcto y a la hora concertada, no me lo podía creer: había sólo siete u ocho personas dispuestas a apoyar la manifestación. Esperamos un poco, pero cuando quedó claro que seríamos los únicos que acudiríamos, se leyó un comunicado breve y moderado (que me pudo gustar más o menos, pero que no decía nada fuera de lugar y sí muchas verdades) y luego nos fuimos, no sin antes ser ligeramente insultados por un grupo numeroso de estudiantes (más numeroso que el nuestro, al menos) que nos llamaron "fascistas" y nos sugirieron que deberíamos estar "fora da Universidade". Por lo visto, tenían pensado hacer una contra-manifestación que chocase con la nuestra, pero el aspecto lastimero y ridículo que tenía nuestro grupo debió de darles pena. No quisieron sentirse como unos abusones, supongo, así que se conformaron con burlarse de nosotros. Diez minutos después, volví a mi clase. No fui capaz de atender a nada de lo que dijo la profesora.

Ahora que estoy más calmado, creo que puedo hacer un escueto balance de como me sentí: humillado, herido, lastimado. Pero lo peor fue lo que vino después: la frustración. Supongo que fue por el pánico, pero cuando uno de los contra-manifestantes, sintiéndose amparado -sospecho- por la masa que le respaldaba, nos lanzó algunos insultos y comentarios mordaces, sólo pude sonreír, como un ciervo paralizado. Después, se me ocurrieron algunas cuantas cosas para decirle, ingeniosas y sólo tácitamente agresivas, algo que me habría permitido reducir su aplomo a una merecida humillación. Lo de siempre, ¿verdad? Supongo que eso es lo que el pretendió hacerme, con bastante éxito. Esa reacción mía fue sólo fruto de la humillación que experimenté en ese momento. Quizás sea mejor que no se haya sabido reaccionar en ese momento.

Pero lo peor de todo es lo que siento ahora: desamparo y decepción. ¿Realmente hice algo que se mereciera una recepción semejante? Creo que yo, como ellos, tengo derecho a expresarme, siempre que no impida de esa forma que otros se expresen. No creo que nadie tenga derecho a acallar o agredir a otros, y mucho menos a demonizar al contrincante, práctica bastante extendida en este país. Eso era lo que yo quería defender en esa manifestación. Sé que muchos opinarán que los contra-manifestantes eran sólo unos estúpidos, o unos niñatos, o unos revolucionarios de salón, o unos intolerantes, o unos etcétera etcétera. Pero ahora no voy a criticarles a ellos. Lo que ahora me llena de ira es que nadie saliera en mi defensa. No creo que estuviera equivocado. De hecho, creo que mucha gente estaría de acuerdo conmigo. ¿Qué sucedió? ¿Nadie creyó que mi derecho a manifestarme pacífica y respetuosamente mereciera ser defendido? No se trataba de compartir y apoyar lo que allí se dijo. Se trataba de defender nuestro derecho a decirlo.

Hay una frase que siempre ha tenido un gran significado para mí, pero hoy se me hace especialmente dolorosa: basta el silencio o la inacción de los hombres buenos para que unos pocos malvados impongan su ley. Esos hombres buenos que dan título a mi entrada no son aquellos con los que me reuní frente a mi facultad para defender, desde el respeto, un derecho que es de todos y para todos. Al fin y al cabo, de todo habría en nuestra viña.

Los hombres buenos que dan título a esta entrada son esa gran mayoría del alumnado que oyó como éramos humillados por defender nuestras creencias y, aún sabiendo que lo correcto tal vez hubiera sido intervenir, decidieron no hacer nada.

A ellos les dedico esta entrada.

PS. También dedico esta entrada a Anido, un hombre bueno y valiente que se atrevió a ser la cabeza visible de nuestra manifestación. Puede que no esté de acuerdo con él en las formas y no apruebe todo lo que piensa (e incluso puede que piense que deberías centrarte más en tu tesis, Anido), pero en cosas como lo de hoy, siempre le apoyaré.


Actualización 2008-04-21: Reniego en parte de muchas de las cosas que dije en este post, evidentemente fruto de unas enormes humillación y frustración mal llevadas. El caso es que esa manifestación no fue tal, de lo mal organizada que estuvo. Incluso hay algún punto oscuro que no quiero ni recordar. El fondo del artículo, sin embargo, creo que sigue siendo muy válido.